DICASTERIO PARA LA DOCTRINA DE LA FE
Declaración
Fiducia supplicans
sobre el sentido pastoral de las bendiciones
·
Jesús NO contradice los Mandamientos de Su Padre,
un documento de lenguaje mañoso como Bergoglio y “el sínodo de la sensualidad”:
bendecir a los homosexuales es bendecir sus prácticas abominables.
Presentación
La presente Declaración ha
tomado en consideración varias cuestiones que han llegado a este Dicasterio
tanto en años pasados como más recientemente. Para su redacción, como es
práctica habitual, se consultó a expertos, se llevó a cabo un amplio proceso de
elaboración y el borrador se debatió en el Congreso de la Sección Doctrinal del
Dicasterio. Durante este tiempo de elaboración del documento, no faltaron las
conversaciones con el Santo Padre. Finalmente, la Declaración fue
presentada al Santo Padre, que la aprobó con su firma.
Durante el estudio de la materia
objeto de este documento, se dio a conocer la respuesta del Santo Padre a
los Dubia de algunos Cardenales, que aportó importantes
precisiones para la reflexión que ahora se ofrece aquí, y que representa un
elemento decisivo para el trabajo del Dicasterio. Dado que «la Curia Romana es,
en primer lugar, un instrumento de servicio para el sucesor de Pedro» (Const.
Ap. Praedicate Evangelium, II, 1), nuestro
trabajo debe favorecer, junto a la comprensión de la doctrina perenne de la
Iglesia, la recepción de la enseñanza del Santo Padre.
Como en la ya citada respuesta
del Santo Padre a los Dubia de dos Cardenales, la presente
Declaración se mantiene firme en la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el
matrimonio, no permitiendo ningún tipo de rito litúrgico o bendición similar a
un rito litúrgico que pueda causar confusión. No obstante, el valor de este
documento es ofrecer una contribución específica e innovadora al
significado pastoral de las bendiciones, que permite ampliar y enriquecer
la comprensión clásica de las bendiciones estrechamente vinculada a una
perspectiva litúrgica. Tal reflexión teológica, basada en la visión pastoral
del Papa Francisco, implica un verdadero desarrollo de lo que se ha dicho sobre
las bendiciones en el Magisterio y en los textos oficiales de la Iglesia. Esto explica que el texto haya adoptado la forma de una “Declaración”.
Y es precisamente en este
contexto en el que se puede entender la posibilidad de bendecir a las parejas
en situaciones irregulares y a las parejas del mismo sexo, sin convalidar oficialmente su status ni
alterar en modo alguno la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el
Matrimonio.
La presente Declaración quiere
ser también un homenaje al Pueblo fiel de Dios, que adora al Señor con tantos gestos de profunda confianza en su
misericordia y que, con esta actitud, viene
constantemente a pedir a la madre Iglesia una bendición.
Víctor
Manuel Card. FERNÁNDEZ
Prefecto
Introducción
1. La confianza suplicante del
Pueblo fiel de Dios recibe el don de la bendición que brota del corazón de
cristo a través de su Iglesia.? Como
recuerda puntualmente el Papa Francisco, «la gran bendición de Dios es Jesucristo,
es el gran don de Dios, su Hijo. (El juego de palabras Mañoso de
Bergoglio de la paxis Jesuita del Sínodo: ¿Jesús va contra los Mandamientos
de Su Padre?) Es una
bendición para toda la humanidad, es una bendición que nos ha salvado a todos.
Él es la Palabra eterna con la que el Padre nos ha bendecido “siendo nosotros
todavía pecadores” (Rm 5,8) dice san Pablo: Palabra hecha carne y
ofrecida por nosotros en la cruz».[1]
2. Sostenido por una verdad tan
grande y consoladora, este Dicasterio ha tomado en consideración algunas
preguntas, tanto formales como informales, sobre la posibilidad de bendecir
parejas del mismo sexo y sobre la posibilidad de ofrecer nuevas precisiones, a
la luz de la actitud paterna y pastoral del Papa Francisco, sobre el Responsum
ad dubium[2] formulado
por la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe y publicado el 22 de
febrero de 2021.
3. Dicho Responsum ha
suscitado no pocas y diferentes reacciones: algunos han acogido con beneplácito
la claridad de este documento y su coherencia con la constante enseñanza de la
Iglesia; otros no han compartido la respuesta negativa a la pregunta o no la
han considerado suficientemente clara en su formulación o en las motivaciones
expuestas en la Nota explicativa adjunta. Para salir al
encuentro, con caridad fraterna, a estos últimos, parece oportuno retomar el
tema y ofrecer una visión que componga con coherencia los aspectos doctrinales
con aquellos pastorales, porque «todo adoctrinamiento ha de situarse en la
actitud evangelizadora que despierte la adhesión del corazón con la cercanía,
el amor y el testimonio».[3]
I. La bendición en el sacramento
del matrimonio
4. La reciente respuesta del
Santo Padre Francisco a la segunda de las cinco preguntas propuestas por dos
Cardenales[4] ofrece
la posibilidad de profundizar más en el tema, sobre todo en sus consecuencias
de orden pastoral. Se trata de evitar que «se reconoce como matrimonio algo que
no lo es».[5] Por
lo tanto son inadmisibles ritos y oraciones que puedan crear confusión entre lo
que es constitutivo del matrimonio, como «unión exclusiva, estable e
indisoluble entre un varón y una mujer, naturalmente abierta a engendrar
hijos»,[6] y
lo que lo contradice. Esta convicción está fundada sobre la perenne doctrina
católica del matrimonio. Solo en este contexto las relaciones sexuales
encuentran su sentido natural, adecuado y plenamente humano. La doctrina de la
Iglesia sobre este punto se mantiene firme.
5. Esta es también la
comprensión del matrimonio ofrecida por el Evangelio. Por este motivo, a
propósito de las bendiciones, la Iglesia tiene el derecho y el deber de
evitar cualquier tipo de rito que pueda contradecir esta convicción o llevar a
cualquier confusión. Tal es también el sentido del Responsum de
la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe donde se afirma que la
Iglesia no tiene el poder de impartir la bendición a uniones entre personas del
mismo sexo.
6. Hay que subrayar que,
precisamente en el caso del rito del sacramento del matrimonio, no se trata de
una bendición cualquiera, sino del gesto reservado al ministro ordenado. En
este caso, la bendición del ministro ordenado está directamente conectada a la
unión específica de un hombre y de una mujer que, con su consentimiento
establecen una alianza exclusiva e indisoluble. Esto nos permite evidenciar
mejor el riesgo de confundir una bendición, dada a cualquier otra unión, con el
rito propio del sacramento del matrimonio.
II. El sentido de las distintas
bendiciones
7. Por otra parte, la respuesta
del Santo Padre, anteriormente mencionada, nos invita
a hacer el esfuerzo de ampliar y enriquecer el sentido de las bendiciones.?
8. Las bendiciones pueden
considerarse entre los sacramentales más difundidos y en continua evolución.
Ellas, de hecho, nos llevan a captar la presencia de Dios en todos los
acontecimientos de la vida y recuerdan que, incluso cuando utiliza las cosas
creadas, el ser humano está invitado a buscar a Dios, a amarle y a servirle
fielmente.[7] Por
este motivo, las bendiciones tienen por destinatarios las personas, los objetos
de culto y de devoción, las imágenes sagradas, los lugares de vida, de trabajo
y de sufrimiento, los frutos de la tierra y del trabajo humano, y todas las
realidades creadas que remiten al Creador y que, con su belleza, lo alaban y
bendicen.
El sentido litúrgico de los
ritos de bendición
9. Desde un punto de vista
estrictamente litúrgico, la bendición requiere que aquello que se bendice sea
conforme a la voluntad de Dios manifestada en las enseñanzas de la Iglesia.
10. Las bendiciones se celebran,
de hecho, en virtud de la fe y se ordenan a la alabanza de Dios y al provecho
espiritual de su pueblo. Como explica el Ritual Romano, «para que esto se vea
más claro, las fórmulas de bendición, según la antigua tradición, tienden como
objetivo principal a glorificar a Dios por sus dones, impetrar sus beneficios y
alejar del mundo el poder del maligno».[8] Por
ello, se invita a quienes invocan la bendición de Dios a través de la Iglesia a
intensificar «sus disposiciones internas en aquella fe para la cual nada hay
imposible» y a confiar en «aquella caridad que apremia a guardar los
mandamientos de Dios».[9] Por
eso, mientras que por un lado «siempre y en todo lugar se nos ofrece la ocasión
de alabar a Dios por Cristo en el Espíritu Santo, de invocarlo y darle
gracias», por otra parte la preocupación es «que se trate de cosas, lugares o
circunstancias que no contradigan la norma o el espíritu del Evangelio».[10] Esta
es una comprensión litúrgica de las bendiciones, en cuanto se convierten en
ritos propuestos oficialmente por la Iglesia.
11. Basándose en estas
consideraciones, la Nota explicativa del citado Responsum de
la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe recuerda que cuando, con un
rito litúrgico adecuado, se invoca una bendición sobre algunas relaciones
humanas, lo que se bendice debe poder corresponder a los designios de Dios
inscritos en la Creación y plenamente revelados por Cristo el Señor. Por ello,
dado que la Iglesia siempre ha considerado moralmente lícitas sólo las
relaciones sexuales que se viven dentro del matrimonio, no tiene potestad para
conferir su bendición litúrgica cuando ésta, de alguna manera, puede ofrecer
una forma de legitimidad moral a una unión que presume de ser un matrimonio o a
una práctica sexual extramatrimonial. La sustancia de este pronunciamiento fue
reiterada por el Santo Padre en su Respuestas a los Dubia de
dos Cardenales.
12. Se debe también evitar el
riesgo de reducir el sentido de las bendiciones solo a este punto de vista,
porque nos llevaría a pretender, para una simple bendición, las mismas
condiciones morales que se piden para la recepción de los sacramentos. Este riesgo
exige que se amplíe más esta perspectiva. De hecho, existe el peligro que un
gesto pastoral, tan querido y difundido, se someta a demasiados requisitos
morales previos que, bajo la pretensión de control, podrían eclipsar la fuerza
incondicional del amor de Dios en la que se basa el gesto de la bendición.
13. Precisamente a este
respecto, el Papa Francisco nos instó a no «perder la caridad pastoral, que
debe atravesar todas nuestras decisiones y actitudes» y a evitar ser «jueces
que sólo niegan, rechazan, excluyen».[11] A
continuación respondemos a su propuesta desarrollando una comprensión más
amplia de las bendiciones.
Las bendiciones en la Sagrada
Escritura
14. Para reflexionar sobre las
bendiciones, recogiendo distintos puntos de vista, necesitamos dejarnos
iluminar ante todo por la voz de la Sagrada Escritura.
15. «El Señor te bendiga y te
proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El
Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26). Esta
“bendición sacerdotal” que encontramos en el Antiguo Testamento, precisamente
en el libro de los Números, tiene un carácter “descendente” porque representa
la invocación de la bendición que desde Dios desciende sobre el hombre: esta
constituye uno de los textos más antiguos de bendición divina. Existe además un
segundo tipo de bendición que encontramos en las páginas bíblicas, aquella que
“sube” desde la tierra al cielo, hacia Dios. Bendecir
equivale a alabar, celebrar, agradecer a Dios por su misericordia y fidelidad,
por las maravillas que ha creado y por todo aquello que sucedió por su voluntad:
«Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre» (Sal 103,
1).
16. A Dios que bendice, también
nosotros respondemos bendiciendo. Melquisedec, rey de Salem, bendice a Abrán
(cfr. Gen 14, 19); Rebecca es bendecida por sus familiares,
poco antes de convertirse en la esposa de Isaac (cfr. Gen 24,
60), el cuál, a su vez, bendice su hijo Jacob (cfr. Gen 27,
27). Jacob bendice al faraón (cfr. Gen 47, 10), a sus nietos
Efraín y Manasés (cfr. Gen 48, 20) y a todos sus doce hijos
(cfr. Gen 49, 28). Moisés y Aarón bendicen a la comunidad
(cfr. Ex 39, 43; Lev 9, 22). Los cabeza de
familia bendicen los hijos con ocasión de los matrimonios, antes de emprender
un viaje, en la cercanía de la muerte. Estas bendiciones aparecen como un don
sobreabundante e incondicionado.
17. La bendición presente en el
Nuevo Testamento conserva, sustancialmente, el mismo significado
veterotestamentario. Encontramos el don divino que “desciende”, el
agradecimiento del hombre que “asciende” y la bendición impartida del hombre
que “se extiende” hacia sus iguales. Zacarías, tras haber recuperado el uso de
la palabra, bendice al Señor por sus admirables obras (cfr. Lc 1,
64). El anciano Simeón, mientras tiene entre los brazos a Jesús recién nacido,
bendice a Dios por haberle concedido la gracia de contemplar al Mesías salvador
y luego bendice a sus padres María y José (cfr. Lc 2, 34).
Jesús bendice al Padre, en el celebre himno de alabanza y de júbilo a Él
dirigido: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra» (Mt 11,
25).
18. En continuidad con el
Antiguo Testamento, la bendición en Jesús no es solo ascendente, en referencia
al Padre, sino también descendente, vertida sobre los otros como gesto de
gracia, protección y bondad. El propio Jesús llevó a cabo y promovió esta práctica.
Por ejemplo, bendice a los niños: «Y tomándolos en brazos los bendecía
imponiéndoles las manos» (Mc 10, 16). Y la historia terrenal de
Jesús terminará precisamente con una bendición final reservada a los Once, poco
antes de subir al Padre: «y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los
bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo». La última imagen
de Jesús en la tierra son sus manos alzadas, en el acto de bendecir.
19. En su misterio de amor, a
través de Cristo, Dios comunica a su Iglesia el poder de bendecir. Concedida
por Dios al ser humano y otorgada por estos al prójimo, la bendición se
transforma en inclusión, solidaridad y pacificación. Es un mensaje positivo de
consuelo, atención y aliento. La bendición expresa el abrazo misericordioso de
Dios y la maternidad de la Iglesia que invita al fiel a tener los mismos
sentimientos de Dios hacia sus propios hermanos y hermanas.
Una comprensión
teológico-pastoral de las bendiciones
20. Quien pide una bendición se
muestra necesitado de la presencia salvífica de Dios en su historia, y quien
pide una bendición a la Iglesia reconoce a esta última como sacramento de la
salvación que Dios ofrece. Buscar la bendición en la Iglesia es admitir que la
vida eclesial brota de las entrañas de la misericordia de Dios y nos ayuda a
seguir adelante, a vivir mejor, a responder a la voluntad del Señor.
21. Para ayudarnos a comprender
el valor de un enfoque mayormente pastoral de las bendiciones, el Papa
Francisco nos instó a contemplar, con actitud de fe y paternal misericordia, el
hecho que «cuando se pide una bendición se está expresando un pedido de auxilio
a Dios, un ruego para poder vivir mejor, una confianza en un Padre que puede
ayudarnos a vivir mejor».[12] Esta
petición debe ser, en todos los sentidos, valorada, acompañada y recibida con
gratitud. Las personas que vienen espontáneamente a pedir una bendición
muestran con esta petición su sincera apertura a la trascendencia, la confianza
de su corazón que no se fía solo de sus propias fuerzas, su necesidad de Dios y
el deseo de salir de las estrechas medidas de este mundo encerrado en sus
límites.
22. Como nos enseña santa Teresa
del Niño Jesús, más allá de esta confianza «no hay otro camino por donde
podamos ser conducidos al Amor que todo lo da. Con la confianza, el manantial
de la gracia desborda en nuestras vidas […]. La actitud más adecuada es
depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita
misericordia de un Dios que ama sin límites […]. El pecado del mundo es
inmenso, pero no es infinito. En cambio, el amor misericordioso del Redentor,
este sí es infinito».[13]
23. Cuando estas expresiones de
fe vienen consideradas fuera de un marco litúrgico, uno se encuentra en un
ámbito de mayor espontaneidad y libertad, pero «la libertad frente a los
ejercicios de piedad, no debe significar, por lo tanto, escasa consideración ni
desprecio de los mismos. La vía a seguir es la de valorar correcta y sabiamente
las no escasas riquezas de la piedad popular, las potencialidades que
encierra».[14] Las
bendiciones se convierten así en un recurso pastoral a valorar en lugar de un
riesgo o un problema.
24. Consideradas desde el punto
de vista de la pastoral popular, las bendiciones son valoradas como actos de
devoción que «encuentran su lugar propio fuera de la celebración de la
Eucaristía y de los otros sacramentos […]. El lenguaje, el ritmo, el desarrollo
y los acentos teológicos de la piedad popular se diferencian de los
correspondientes de las acciones litúrgicas». Por ésa misma razón «hay que
evitar añadir modos propios de la “celebración litúrgica” a los ejercicios de
piedad, que deben conservar su estilo, su simplicidad y su lenguaje
característico».[15]
25. La Iglesia, también, debe
evitar el apoyar su praxis pastoral en la rigidez de algunos esquemas
doctrinales o disciplinares, sobre todo cuando dan «lugar a un elitismo
narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es
analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la
gracia se gastan las energías en controlar».[16] Por
lo tanto, cuando las personas invocan una bendición no se debería someter a un
análisis moral exhaustivo como condición previa para poderla conferir. No se
les debe pedir una perfección moral previa.
26. En esta perspectiva,
la Respuestas del Santo Padre ayudan a profundizar mejor,
desde el punto de vista pastoral, el pronunciamiento formulado por la entonces
Congregación para la Doctrina de la Fe en el 2021, porqué invitan de hecho a un
discernimiento en relación con la posibilidad de «formas de bendición,
solicitadas por una o por varias personas, que no transmitan una concepción
equivocada del matrimonio»[17] y
que también tengan en cuenta el hecho que en situaciones moralmente
inaceptables desde un punto de vista objetivo, «la misma caridad pastoral nos
exige no tratar sin más de “pecadores” a otras personas cuya culpabilidad o
responsabilidad pueden estar atenuadas por diversos factores que influyen en la
imputabilidad subjetiva».[18]
27. En la catequesis citada al
inicio de esta Declaración, el Papa Francisco propuso una descripción de este
tipo de bendiciones que se ofrecen a todos, sin pedir nada. Vale la pena leer
con corazón abierto estas palabras que nos ayudan a acoger el sentido pastoral
de las bendiciones ofrecidas sin condiciones: «Es Dios que bendice. En las
primeras páginas de la Biblia es un continuo repetirse de bendiciones. Dios
bendice, pero también los hombres bendicen, y pronto se descubre que la
bendición posee una fuerza especial, que acompaña para toda la vida a quien la
recibe, y dispone el corazón del hombre a dejarse cambiar por Dios […]. Así
nosotros para Dios somos más importantes que todos los pecados que nosotros
podamos hacer, porque Él es padre, es madre, es amor puro, Él nos ha bendecido
para siempre. Y no dejará nunca de bendecirnos. Una experiencia intensa es la
de leer estos textos bíblicos de bendición en una prisión, o en un centro de
desintoxicación. Hacer sentir a esas personas que permanecen bendecidas no
obstante sus graves errores, que el Padre celeste sigue queriendo su bien y
esperando que se abran finalmente al bien. Si incluso sus parientes más
cercanos les han abandonado, porque ya les juzgan como irrecuperables, para
Dios son siempre hijos».[19]
28. Existen diversas ocasiones
en las cuales las personas se acercan espontáneamente a pedir una bendición,
tanto en las peregrinaciones, en los santuarios y también en la calle cuando se
encuentran con un sacerdote. Como ejemplo, podemos recurrir al libro
litúrgico De Benedictionibus que prevé una serie de ritos de
bendición para las personas: ancianos, enfermos, participantes en la catequesis
o en un encuentro de oración, peregrinos, aquellos que inician un camino,
grupos y asociaciones de voluntarios, etc. Tales bendiciones se dirigen a
todos, ninguno puede ser excluido. En los preámbulos del Rito de
bendición de los ancianos, por ejemplo, se afirma que el objetivo de esta
bendición es «que los ancianos reciban de los hermanos un testimonio de respeto
y de agradecimiento. Al mismo tiempo nosotros, junto con ellos, damos gracias a
Dios por los beneficios que de él han recibido y por las buenas obras que han
realizado con su ayuda».[20] En
este caso, el objeto de la bendición es la persona del anciano, por quien y con
quien se da gracias a Dios por el bien por él realizado y por los beneficios
recibidos. A ninguno se puede impedir esta acción de gracias y cada uno,
incluso si vive en situaciones no ordenadas al designio del Creador, posee
elementos positivos por los cuales alabar al Señor.
29. Desde la perspectiva de la
dimensión ascendente, cuando se toma conciencia de los dones del Señor y de su
amor incondicional, incluso en situaciones de pecado, sobre todo cuando se
escucha una oración, el corazón creyente eleva su alabanza y bendición a Dios.
Esta forma de bendición no se impide a nadie. Todos – individualmente o en
unión con otros – pueden elevar a Dios su alabanza y su gratitud.
30. Pero el sentido popular de
las bendiciones incluye también el valor de la bendición descendente. Si «no es
conveniente que una Diócesis, una Conferencia Episcopal o cualquier otra
estructura eclesial habiliten constantemente y de modo oficial procedimientos o
ritos para todo tipo de asuntos»,[21] la
prudencia y la sabiduría pastoral pueden sugerir que, evitando formas graves de
escándalo o confusión entre los fieles, el ministro ordenado se una a la
oración de aquellas personas que, aunque estén en una unión que en modo alguno
puede parangonarse al matrimonio, desean encomendarse al Señor y a su
misericordia, invocar su ayuda, dejarse guiar hacia una mayor comprensión de su
designio de amor y de vida.
III. Las bendiciones de parejas
en situaciones irregulares y de parejas del mismo sexo
31. En el horizonte aquí
delineado se coloca la posibilidad de bendiciones de parejas en situaciones
irregulares y de parejas del mismo sexo, cuya forma no debe encontrar ninguna
fijación ritual por parte de las autoridades eclesiásticas, para no producir
confusión con la bendición propia del sacramento del matrimonio. En estos
casos, se imparte una bendición que no sólo tiene un valor ascendente, sino que
es también la invocación de una bendición descendente del mismo Dios sobre
aquellos que, reconociéndose desamparados y necesitados de su ayuda, no
pretenden la legitimidad de su propio status, sino que ruegan
que todo lo que hay de verdadero, bueno y humanamente válido en sus vidas y
relaciones, sea investido, santificado y elevado por la presencia del Espíritu
Santo. Estas formas de bendición expresan una súplica a Dios para que conceda
aquellas ayudas que provienen de los impulsos de su Espíritu – que la teología
clásica llama “gracias actuales” – para que las relaciones humanas puedan
madurar y crecer en la fidelidad al mensaje del Evangelio, liberarse de sus
imperfecciones y fragilidades y expresarse en la dimensión siempre más grande
del amor divino.
32. La gracia de Dios, de hecho,
actúa en la vida de aquellos que no se consideran justos, sino que se reconocen
humildemente pecadores como todos. Es capaz de dirigirlo todo según los
designios misteriosos e imprevisibles de Dios. Por eso, con incansable
sabiduría y maternidad, la Iglesia acoge a todos los que se acercan a Dios con
corazón humilde, acompañándolos con aquellos auxilios espirituales que permiten
a todos comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su existencia.[22]
33. Es esta una bendición que,
aunque no se incluya en un rito litúrgico,[23] une
la oración de intercesión a la invocación de ayuda de Dios de aquellos que se
dirigen humildemente a Él. ¡Dios no aleja nunca al que se acerca a Él! Al fin y
al cabo, la bendición ofrece a las personas un medio para acrecentar su
confianza en Dios. La petición de una bendición expresa y alimenta la apertura
a la trascendencia, la piedad y la cercanía a Dios en mil circunstancias
concretas de la vida, y esto no es poca cosa en el mundo en el que vivimos. Es
una semilla del Espíritu Santo que hay que cuidar, no obstaculizar.
34. La misma liturgia de la
Iglesia nos invita a esta actitud confiada, también en medio de nuestros
pecados, falta de méritos, debilidades y confusiones como da testimonio esta
bellísima oración colecta tomada del Misal Romano: «Dios todopoderoso y eterno ,que
con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican,
derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de
toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir»
(XXVII Domingo del Tiempo Ordinario). Cuantas veces, de hecho,
a través de una simple bendición del pastor, que en este gesto no pretende
sancionar ni legitimar nada, las personas pueden experimentar la cercanía del
Padre que desborda “los méritos y deseos”.
35. Por lo tanto, la
sensibilidad pastoral de los ministros ordenados debería educarse, también,
para realizar espontáneamente bendiciones que no se encuentran en el
Bendicional.
36. En este sentido, es esencial
acoger la preocupación del Papa, para que estas bendiciones no ritualizadas no
dejen de ser un simple gesto que proporciona un medio eficaz para hacer crecer
la confianza en Dios en las personas que la piden, evitando que se conviertan
en un acto litúrgico o semi-litúrgico, semejante a un sacramento. Esto
constituiría un grave empobrecimiento, porque sometería un gesto de gran valor
en la piedad popular a un control excesivo, que privaría a los ministros de
libertad y espontaneidad en el acompañamiento de la vida de las personas.
37. A este respecto, vienen a la
mente las siguientes palabras, en parte ya citadas, del Santo Padre: «Las
decisiones que, en determinadas circunstancias, pueden formar parte de la
prudencia pastoral, no necesariamente deben convertirse en una norma. Es decir,
no es conveniente que una Diócesis, una Conferencia Episcopal o cualquier otra
estructura eclesial habiliten constantemente y de modo oficial procedimientos o
ritos para todo tipo de asuntos […] El Derecho Canónico no debe ni puede
abarcarlo todo, y tampoco deben pretenderlo las Conferencias Episcopales con
sus documentos y protocolos variados, porque la vida de la Iglesia corre
por muchos cauces además de los normativos».[24] Así
el Papa Francisco ha recordado que «todo aquello que forma parte de un
discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a la
categoría de una norma», porque esto «daría lugar a una casuística
insoportable».[25]
38. Por esta razón, no se debe
ni promover ni prever un ritual para las bendiciones de parejas en una
situación irregular, pero no se debe tampoco impedir o prohibir la cercanía de
la Iglesia a cada situación en la que se pida la ayuda de Dios a través de una
simple bendición. En la oración breve que puede preceder esta bendición
espontanea, el ministro ordenado podría pedir para ellos la paz, la salud, un
espíritu de paciencia, diálogo y ayuda mutuos, pero también la luz y la fuerza
de Dios para poder cumplir plenamente su voluntad.
39. De todos modos, precisamente
para evitar cualquier forma de confusión o de escándalo, cuando la oración de
bendición la solicite una pareja en situación irregular, aunque se confiera al
margen de los ritos previstos por los libros litúrgicos, esta bendición nunca
se realizará al mismo tiempo que los ritos civiles de unión, ni tampoco en
conexión con ellos. Ni siquiera con las vestimentas, gestos o palabras propias
de un matrimonio. Esto mismo se aplica cuando la bendición es solicitada por
una pareja del mismo sexo.
40. En cambio, tal bendición
puede encontrar su lugar en otros contextos, como la visita a un santuario, el
encuentro con un sacerdote, la oración recitada en un grupo o durante una
peregrinación. De hecho, mediante estas bendiciones, que se imparten no a
través de las formas rituales propias de la liturgia, sino como expresión del
corazón materno de la Iglesia, análogas a las que emanan del fondo de las
entrañas de la piedad popular, no se pretende legitimar nada, sino sólo abrir
la propia vida a Dios, pedir su ayuda para vivir mejor e invocar también al
Espíritu Santo para que se vivan con mayor fidelidad los valores del Evangelio.
41. Lo que se ha dicho en la
presente Declaración sobre las bendiciones de parejas del mismo sexo, es
suficiente para orientar el discernimiento prudente y paterno de los ministros
ordenados a este respecto. Por tanto, además de las indicaciones anteriores, no
cabe esperar otras respuestas sobre cómo regular los detalles o los aspectos
prácticos relativos a este tipo de bendiciones.[26]
IV. La Iglesia es el sacramento
del amor infinito de Dios
42. La Iglesia continúa elevando
aquellas oraciones y suplicas que Cristo mismo, con grandes gritos y lágrimas,
ofreció en los días de su vida terrena (cfr. Heb 5, 7) y que
por esto mismo gozan de una eficacia particular. De este modo, «la comunidad
eclesial ejerce su verdadera función de conducir las almas a Cristo no sólo con
la caridad, el ejemplo y los actos de penitencia, sino también con la oración».[27]
43. Así, la Iglesia es el
sacramento del amor infinito de Dios. Por eso, cuando la relación con Dios está
enturbiada por el pecado, siempre se puede pedir una bendición, acudiendo a Él,
como hizo Pedro en la tormenta cuando clamó a Jesús: «Señor, sálvame» (Mt 14,
30). En algunas situaciones, desear y recibir una bendición puede ser el bien
posible. El Papa Francisco nos recuerda que «un pequeño paso, en medio de
grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida
exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes
dificultades».[28] De
este modo, «lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios
manifestado en Jesucristo muerto y resucitado».[29]
44. Toda bendición será la
ocasión para un renovado anuncio del kerygma, una invitación a
acercarse siempre más al amor de Cristo. El Papa Benedicto XVI enseñaba: «La
Iglesia, al igual que María, es mediadora de la bendición de Dios para el
mundo: la recibe acogiendo a Jesús y la transmite llevando a Jesús. Él es la
misericordia y la paz que el mundo por sí mismo no se puede dar y que necesita
tanto o más que el pan».[30]
45. Teniendo en cuenta todo lo
afirmado anteriormente, siguiendo la enseñanza autorizada del Santo Padre
Francisco, este Dicasterio quiere finalmente recordar que «esta es la raíz de
la mansedumbre cristiana, la capacidad de sentirse bendecidos y la capacidad de
bendecir […]. Este mundo necesita bendición y nosotros podemos dar la bendición
y recibir la bendición. El Padre nos ama. Y a nosotros nos queda tan solo la
alegría de bendecirlo y la alegría de darle gracias, y de aprender de Él a no
maldecir, sino bendecir».[31] De
este modo, cada hermano y hermana podrán sentirse en la Iglesia siempre
peregrinos, siempre suplicantes, siempre amados y, a pesar de todo, siempre
bendecidos.
Víctor
Manuel Card. FERNÁNDEZ
Prefecto
Mons.
Armando MATTEO
Secretario para la Sección Doctrinal
Ex Audientia Die
18 diciembre 2023
Francisco
[1] Francisco, Catequesis sobre la oración: la bendición (2
diciembre 2020), L’Osservatore Romano, 2 diciembre 2020, p. 8.
[2] Cfr.
Congregación para la Doctrina de la Fe, «Responsum» ad «dubium» de benedictione unionem
personarum eiusdem sexus et Nota esplicativa, AAS 113
(2021), 431-434.
[3] Francisco,
Exhort. Ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), n. 42, AAS 105 (2013), 1037-1038.
[4] Cfr.
Francisco, Respuestas del Santo Padre a los Dubia propuestos por dos
Cardenales (11 julio 2023).
[7] Cfr.
Rituale Romanum ex decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II
instauratum auctoritate Ioannis Pauli PP. II promulgatum, De benedictionibus,
Editio typica, Praenotanda, Typis Polyglottis Vatianis, Civitate
Vaticana 1985, n. 12; en la edición española de la Comisión Episcopal de
Liturgia, Bendicional, Coeditores litúrgicos, Barcelona 1986,
n. 12.
[8] Ibidem,
n. 11: “Quo autem clarius hoc pateat, antiqua ex traditione, formulae
benedictionum eo spectant ut imprimis Deum pro eius donis glorificent eiusque
impetrent beneficia atque maligni potestatem in mundo compescant.”
[9] Ibidem,
n. 15: “Quare illi qui benedictionem Dei per Ecclesiam expostulant,
dispositiones suas ea fide confirment, cui omnia sunt possibilia; spe
innitantur, quae non confundit; caritate praesertim vivificentur, quae mandata
Dei servanda urget.”
[10] Ibidem,
n. 13: “Semper ergo et ubique occasio praebetur Deum per Christum in Spiritu
Sancto laudandi, invocandi eique gratias reddendi, dummodo agatur de rebus,
locis, vel adiunctis quae normae vel spiritui Evangelii non contradicant.”
[11] Francisco, Respuestas del Santo Padre a los Dubia propuestos por dos
Cardenales, ad dubium 2, d.
[13] Francisco,
Exhort. Ap. C’est la confiance (15 octubre 2023),
nn. 2, 20, 29.
[14] Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia.
Principios y orientaciones, Librería Editrice Vaticana, Ciudad
del Vaticano 2002, n. 12.
[16] Francisco,
Exhort. Ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), n. 94, AAS 105 (2013), 1060.
[17] Francisco, Respuestas del Santo Padre a los Dubia propuestos por dos
Cardenales, ad dubium 2, e.
[19] Francisco, Catequesis sobre la oración: la bendición (2
diciembre 2020), L’Osservatore Romano, 2 diciembre 2020, p. 8.
[20] De
Benedictionibus, n. 258: “Haec benedictio ad hoc tendit ut ipsi senes a
fratribus testimonium accipiant reverentiae grataeque mentis, dum simul cum
ipsis Domino gratias reddimus pro beneficiis ab eo acceptis et pro bonis
operibus eo adiuvante peractis.”; en la edición española de la Comisión
Episcopal de Liturgia, Bendicional, Coeditores litúrgicos,
Barcelona 1986, n. 260.
[21] Francisco, Respuestas del Santo Padre a los Dubia propuestos por dos
Cardenales, ad dubium 2, g.
[22] Cfr.
Francisco, Exhort. Ap. Post-sinodal Amoris laetitia (19 marzo 2016), n.
250, AAS 108 (2016), 412-413.
[23] Cfr.
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, n.
13: «La diferencia objetiva entre los ejercicios de piedad y las prácticas de
devoción respecto de la Liturgia debe hacerse visible en las expresiones
cultuales […] los actos de piedad y de devoción encuentran su lugar propio
fuera de la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos».
[24] Francisco, Respuestas del Santo Padre a los Dubia propuestos por dos
Cardenales, ad dubium 2,
g.
[25] Francisco,
Exhort. Ap. Post-sinodal Amoris laetitia (19 marzo 2016), n.
304, AAS 108 (2016), 436.
[27] Oficio
Divino reformado según los decretos del Concilio Ecuménico Vaticano II
y promulgado por su santidad el Papa Pablo VI, Liturgia de las
Horas según el Rito Romano, Principios y normas para la Liturgia de las Horas,
Conferencia Episcopal Española, Coeditores Litúrgicos, Barcelona 1979, n. 17.
[28]Francesco,
Exhort. Ap. Evangelii gaudium (24 novembre 2013),
n. 44, AAS 105 (2013), 1038-1039.
[29] Ibidem, n. 36, AAS 105
(2013), 1035.
[30] Benedicto
XVII, Homilía de la Santa Misa en la Solemnidad de Santa María,
Madre de Dios. XLV Jornada Mundial de la Paz, Basílica
Vaticana (1 enero 2012), Insegnamenti VIII, 1 (2012), 3.
[31] Francisco, Catequesis sobre la oración: la bendición (2
diciembre 2020), L’Osservatore Romano, 2 diciembre 2020, p. 8.