¡¡ ALERTA, ALERTA: AMLO LLEVA A MÉXICO AL COMUNISMO Y DESEA SER LÍDER COMUNISTA DE AMÉRICA LATINA !!
Parte IV
Rabino Sergio Bergman, argentino masón, en su librero la foto con el segundo pseudo-papa masón Jorge Mario Bergoglior, atrás de la fotografía, donde felicitó a Francisco por haber vuelto a usurpar la Silla de Pedro consecutivamente después del judío Benedicto XVI, se ve el cuadro con el escudo de la secta masónica que los rabinos de la Sinagoga de Satanás fundaron. Los rabinos son los creadores del "comunismo y del socialismo" y practican la hechicería hebraica cuyo símbolo es el hexagrama mal llamado Estrella de David.
(Ver: "Complot contra la Iglesia", III Tomos, Maurice Pinay, editados en Venezuela.
Abrazo illuminati y masónico de Manuel Andrés López Obrador, el de la momia del rito de Memphis, mismo de la cruz pectoral del papa masón e illuminati Francisco (Jorge Mario Bergoglio)
- Conoce la Exégesis de la Virgen sobre el comunismo en:
Magisterio Pontificio: Encíclica
contra el Socialismo y el Comunismo
CARTA ENCÍCLICA
QUOD APOSTOLICI MUNERIS
DE NUESTRO SANTÍSIMO SEÑOR
LEÓN
POR LA DIVINA PROVIDENCIA
PAPA XIII
A LOS VENERABLES HERMANOS
PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS LOCALES
EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA
CONTRA EL SOCIALISMO Y EL COMUNISMO
(28 de diciembre de 1878)
VENERABLES HERMANOS
SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA
1. Cunden los males sociales
Nuestro apostólico cargo ya desde el principio de Nuestro
pontificado Nos movió, Venerables Hermanos, a no dejar de indicaros, en las
Cartas Encíclicas a vosotros dirigidas, la mortal pestilencia que serpentea por
las más íntimas entrañas de la sociedad humana y la conduce al peligro extremo
de ruina; al mismo tiempo hemos mostrado también los remedios más eficaces para
que le fuera devuelta la salud y pudiera escapar de los gravísimos peligros que
la amenazan. Pero aquellos males que entonces deplorábamos hasta tal punto han
crecido en tan breve tiempo, que otra vez Nos vemos obligados a dirigiros la
palabra, como si en Nuestros oídos resonasen las del Profeta: eleva como una
trompeta tu voz[1].
A) EL ERROR
SOCIALISTA
I. El socialismo
destruye la sociedad
Comunismo,
socialismo, nihilismo
Es fácil comprender, Venerables Hermanos, que Nos hablamos
de aquella secta de hombres que, bajo diversos y casi bárbaros nombres de
socialistas, comunistas o nihilistas, esparcidos por todo el orbe, y
estrechamente coligados entre sí por inicua federación, ya no buscan su defensa
en las tinieblas de sus ocultas reuniones, sino que, saliendo a pública luz,
confiados y a cara descubierta, se empeñan en llevar a cabo el plan, que tiempo
ha concibieron, de trastornar los fundamentos de toda sociedad civil. Estos son
ciertamente los que, según atestiguan las divinas páginas, mancillan la carne,
desprecian la dominación y blasfeman de la majestad[2].
Nada dejan intacto e íntegro de lo que por las leyes
humanas y divinas está sabiamente determinado para la seguridad y decoro de la
vida.
II. Falsos
conceptos
a) Respecto de la
obediencia y del matrimonio
A los poderes superiores -a los cuales, según el Apóstol,
toda alma ha de estar sujeta, porque del mismo Dios reciben el derecho de
mandar- les niegan la obediencia, y andan predicando la perfecta igualdad de
todos los hombres en derechos y deberes. Deshonran la unión natural del hombre
y de la mujer, que aun las naciones bárbaras respetan; y debilitan y hasta
entregan a la liviandad este vínculo, con el cual se mantiene principalmente la
sociedad doméstica.
b) Respecto de la
propiedad
Atacan la propiedad
Atraídos, finalmente, por la codicia de los bienes
terrenales, que es la raíz de todos los males, y que, apeteciéndola, muchos
erraron en la fe[3], impugnan el derecho de propiedad sancionado por la ley
natural, y por un enorme atentado, dándose aire de atender a las necesidades y
proveer a los deseos de todos los hombres, trabajan por arrebatar y
hacer común cuanto se ha adquirido a título de legítima herencia, o con el
trabajo del ingenio y de las manos, o con la sobriedad de la vida.
Socavan la
autoridad
Y estas monstruosas opiniones publican en sus reuniones,
persuaden con sus folletos y esparcen al público en una nube de diarios. Por lo
cual la venerable majestad e imperio de los reyes ha llegado a ser objeto de
odio tan grande por parte del pueblo sedicioso, que sacrílegos traidores, no
pudiendo sufrir freno alguno, más de una vez y en breve tiempo han vuelto sus armas
con impío atrevimiento contra los mismos príncipes.
III. Falsos
fundamentos
2. El origen de
estas doctrinas
Mas esta osadía de tan pérfidos hombres, que amenaza de día
en día con las más graves ruinas a la sociedad, y que trae todos los ánimos en
congojoso temblor, toma su causa y origen de las venenosas doctrinas que,
difundidas entre los pueblos como viciosas semillas de tiempos anteriores, han
dado a su tiempo tan pestilenciales frutos
Pues bien sabéis, Venerables Hermanos, que la cruda guerra
que se abrió contra la fe católica ya desde el siglo decimosexto por los
novadores, y que ha venido creciendo hasta el presente, se encamina a que, desechando toda revelación y todo orden
sobrenatural, se abriese la puerta a los inventos, o más bien delirios de la
sola razón.
Semejante error, que vanamente toma de la razón su nombre,
al intensificar y agudizar el innato apetito de sobresalir, desatando el freno
a toda clase de codicia, sin dificultad se ha introducido no sólo en las mentes
de muchísimos, sino que ha invadido ya plenamente toda la sociedad.
Los frutos: Estado
y Educación sin Dios
De aquí que, con una nueva impiedad, desconocida hasta de
los mismos gentiles, se han constituido los Estados sin tener en cuenta alguna
a Dios ni el orden por El establecido. Se ha vociferado que la autoridad
pública no recibe de Dios ni el principio, ni la majestad, ni la fuerza del
mando, sino más bien de la masa del pueblo, que, juzgándose libre de toda sanción divina, sólo ha
permitido someterse a aquellas leyes que ella misma se diese a su antojo.
Impugnadas y desechadas las verdades sobrenaturales de la fe como
enemigas de la razón, el mismo Autor y Redentor del género humano es
desterrado, insensiblemente y poco a poco, de las Universidades, Institutos y
Escuelas y de todo el conjunto público de la vida humana.
Sublevación de las
masas
Entregados al olvido los premios y penas de la vida futura
y eterna, el ansia ardiente de felicidad queda limitada al tiempo de la vida
presente. Diseminadas por doquier estas doctrinas, introducida entre todos esta
tan grande licencia de pensar y obrar, no es de admirar que los hombres de las
clases bajas, a los que cansa su pobre casa o la fábrica, ansíen lanzarse sobre
las moradas y fortunas de los más ricos; ni tampoco admira que ya no exista
tranquilidad alguna en la vida pública o privada, y que la humanidad parezca
haber llegado ya casi a su última ruina.
B) LA DOCTRINA
VERDADERA
I. Los Romanos
Pontífices la expusieron
3. El aviso de los
Pastores de la Iglesia
Mas los Pastores de la Iglesia, a quienes compete el cargo
de resguardar la grey del Señor de las asechanzas de los enemigos, procuraron
conjurar a su tiempo el peligro y proveer a la salud eterna de los fieles. Así
que empezaron a formarse las sociedades clandestinas en cuyo seno se fomentaban
ya entonces las semillas de los errores que hemos mencionado, los Romanos Pontífices Clemente XII y
Benedicto XIV no omitieron el descubrir los impíos proyectos de estas sectas y
avisar a los fieles de todo el orbe la ruina que en la oscuridad se preparaban.
Falsas filosofías y
sectas ocultas
Pero después que aquellos que se gloriaban con el nombre de
filósofos atribuyeron al hombre cierta desenfrenada libertad, y se empezó a
formar y sancionar un derecho nuevo, como dicen, contra la ley natural y
divina, el Papa Pío VI, de
f. m., mostró al punto la perversa índole y falsedad de aquellas doctrinas
en públicos documentos, y al propio tiempo con una previsión apostólica anunció
las ruinas a que iba a ser conducido miserablemente el pueblo. Mas, sin embargo de esto, no
habiéndose precavido por ningún medio eficaz para que tan depravados dogmas no
se infiltrasen de día en día en las mentes de los pueblos y para que no
viniesen a ser máximas públicamente aceptadas de gobernación, Pío VII y León XII condenaron con
anatemas las sectas ocultas y amonestaron otra vez a la sociedad del peligro
que por ellas le amenazaba.
El socialismo
A todos, finalmente, es manifiesto con cuán graves palabras
y cuánta firmeza y constancia de ánimo Nuestro glorioso predecesor Pío IX, de f. m., ha combatido, ya en
diversas alocuciones tenidas, ya en encíclicas dadas a los Obispos de todo el
orbe, contra los inicuos intentos de las sectas, y señaladamente contra la
peste del socialismo, que ya estaba naciendo de ellas.
4. La duda del
poder civil respecto de la Iglesia
Muy de lamentar es el que quienes tienen encomendado el
cuidado del bien común, rodeados de las astucias de hombres malvados, y
atemorizados por sus amenazas, hayan mirado siempre a la Iglesia con ánimo
suspicaz, y aun torcido, no comprendiendo que los conatos de las sectas serían
vanos si la doctrina de la Iglesia católica y la autoridad de los Romanos
Pontífices hubiese permanecido siempre en el debido honor, tanto entre los
príncipes como entre los pueblos. Porque la Iglesia de Dios vivo, que es columna
y fundamento de la verdad[4], enseña aquellas doctrinas y preceptos con que se
atiende de modo conveniente al bienestar y vida tranquila de la sociedad y se
arranca de raíz la planta siniestra del socialismo.
II. Sobre la
igualdad y autoridad
Igualdad socialista
e igualdad evangélica
Aunque los socialistas, abusando del mismo Evangelio para
engañar más fácilmente a incautos, acostumbran a forzarlo adaptándolo a sus
intenciones, con todo hay tan grande diferencia entre sus perversos dogmas y la
purísima doctrina de Cristo, que no puede ser mayor. Porque ¿qué participación
puede haber de la justicia con la iniquidad, o qué consorcio de la luz con las
tinieblas?[5]. Ellos seguramente
no cesan de vociferar, como hemos insinuado, que todos los hombres son entre sí
por naturaleza iguales; y, por lo tanto, sostienen que ni se debe honor y
reverencia a la majestad, ni a las leyes, a no ser acaso a las sancionadas por
ellos a su arbitrio.
Por lo contrario, según las enseñanzas evangélicas, la
igualdad de los hombres consiste en que todos, por haberles cabido en suerte la
misma naturaleza, son llamados a la misma altísima dignidad de hijos de Dios, y
al mismo tiempo en que, decretado para todos un mismo fin, cada uno ha de ser
juzgado según la misma ley para conseguir, conforme a sus méritos, o el castigo
o la recompensa. Pero la desigualdad del derecho y del poder se derivan del
mismo Autor de la naturaleza, del cual toma su nombre toda paternidad en el
cielo y en la tierra[6].
5. Doctrina
católica sobre el poder. Muchos miembros y un solo cuerpo
Mas los lazos de los príncipes y súbditos de tal manera se
estrechan con sus mutuas obligaciones y derechos, según la doctrina y preceptos
católicos, que templan la ambición de mandar, por un lado, y por otro la razón
de obedecer se hace fácil, firme y nobilísima.
La verdad es que la Iglesia inculca constantemente a la
muchedumbre de los súbditos este precepto del Apóstol: No hay potestad sino de
Dios; y las que hay, de Dios vienen ordenadas; y así, quien resiste a la
potestad, resiste a la ordenación de Dios; mas los que resisten, ellos mismos
se atraen la condenación. Y en otra parte nos manda que la necesidad de la
sumisión sea no por temor a la ira, sino también por razón de la conciencia; y
que paguemos a todos lo que es debido: a quien tributo, tributo; a quien
contribución, contribución; a quien temor, temor; a quien honor, honor[7].
Porque, a la verdad, el que creó y gobierna todas las cosas dispuso, con su
próvida sabiduría, que las cosas ínfimas a través de las intermedias, y las
intermedias a través de las superiores, lleguen todas a sus fines respectivos.
Así, pues, como en el mismo reino de los cielos quiso que
los coros de los ángeles fuesen distintos y unos sometidos a otros; así como
también en la Iglesia instituyó varios grados de órdenes y diversidad de
oficios, para que no todos fuesen apóstoles, no todos pastores, no todos
doctores[8], así también determinó que en la sociedad civil hubiese varios
órdenes, diversos en dignidad, derechos y potestad, es a saber, para que los
ciudadanos, así como la Iglesia, fuesen un solo cuerpo, compuesto de muchos
miembros, unos más nobles que otros, pero todos necesarios entre sí y solícitos
del bien común.
6. Mayor
responsabilidad en los que mandan
Y para que los gobernantes de los pueblos usasen de la
potestad que les fue concedida para edificación y no para destrucción, la
Iglesia de Cristo oportunamente amonesta también a los príncipes con la
severidad del supremo juicio que les amenaza; y tomando las palabras de la
divina Sabiduría, en nombre de Dios clama a todos:
Prestad oído, vosotros, los que domináis la muchedumbre y os jactáis de
mandar turbas de pueblos: el Señor os ha dado el poderío; y las manos del
Altísimo, el imperio. El hará inquisición de vuestras obras y escudriñará
vuestros designios..., porque severo juicio se hará de los que están en alto,
pues no se encogerá ante nadie el Señor de todos, ni se intimidará ante
grandeza alguna, porque Él ha hecho al pequeño y al grande, y con igual desvelo
atiende a todos. Pero a los mayores, espera suplicio mayor[9].
7. Paciencia y
oración contra los abusos del poder
Y si alguna vez sucede que los príncipes ejercen su
potestad temerariamente y fuera de sus límites, la doctrina de la Iglesia
católica no consiente sublevarse particularmente y a capricho contra ellos, no
sea que la tranquilidad del orden sea más y más perturbada, o que la sociedad
reciba de ahí mayor detrimento; y si la cosa llegase al punto de no
vislumbrarse otra esperanza de salud, enseña que el remedio se ha de acelerar con los méritos de la cristiana
paciencia y las fervientes súplicas a Dios.
Pero si los mandatos de los legisladores y príncipes
sancionasen o mandasen algo que contradiga a la ley divina o natural, la
dignidad y obligación del nombre cristiano y el sentir del Apóstol, exigen que
se ha de obedecer a Dios antes que a los hombres[10].
III. Sobre la
familia y el matrimonio
La sociedad
doméstica
Por lo tanto, la virtud saludable de la Iglesia que redunda
en el régimen más ordenado y en la conservación de la sociedad civil, la siente
y experimenta necesariamente también la misma sociedad doméstica, que es el principio de toda
sociedad y de todo reino. Porque sabéis, Venerables Hermanos, que la recta forma de esta sociedad, según la misma
necesidad del derecho natural, se apoya primariamente en la unión indisoluble
del varón y de la mujer, y se complementa en las obligaciones y mutuos derechos
entre padres e hijos, amos y criados. Sabéis también que por los
principios del socialismo esta sociedad casi se disuelve, puesto que, perdida
la firmeza que obtiene del matrimonio religioso, es preciso que se relaje la
potestad del padre hacia la prole, y los deberes de la prole hacia los padres.
Dignidad
sacramental. - Deberes de los esposos
Por lo contrario, el matrimonio digno de ser por todo tan
honroso[11], y que en el principio mismo del mundo instituyó Dios mismo para
propagar y conservar la especie humana, y decretó fuese inseparable, enseña la
Iglesia que resultó más firme y más sagrado por medio de Cristo, que le
confirió la dignidad de sacramento y quiso que representase la forma de su
unión con la Iglesia.
Por lo tanto, según advertencia del Apóstol[12], como
Cristo es Cabeza de la Iglesia, así el varón es cabeza de la mujer; y como la
Iglesia está sujeta a Cristo, que la estrecha con castísimo y perpetuo amor,
así enseña que las mujeres estén sujetas a sus maridos y que éstos a su vez las
deban amar con afecto fiel y constante.
La patria potestad
De la misma manera la Iglesia establece la naturaleza de la
potestad paterna y dominical, de suerte que pueda contener a los hijos y a los
criados en su deber, pero sin por ello salirse de sus justos límites. Porque,
según las enseñanzas católicas, la autoridad del Padre y Señor celestial se
extiende a los padres y a los amos; y por ello dicha autoridad toma de Él
necesariamente, no sólo su origen y su eficacia, sino también su naturaleza y
su carácter. Y así el Apóstol exhorta a los hijos a obedecer a sus padres en el
Señor y honrar a su padre y a su madre, que es el primer mandamiento en la
promesa[13]. Y también manda a los padres: Y vosotros no queráis provocar a ira
a vuestros hijos, sino educadlos en la ciencia y conocimiento del Señor[14].
Relaciones entre
patronos y empleados
También a los siervos y señores se les propone, por medio
de mismo Apóstol, el precepto divino de que aquellos obedezcan a sus señores
carnales como a Cristo, sirviéndoles con buena voluntad como al Señor; mas a
éstos, que omitan las amenazas, sabiendo que el Señor de todos está en los
cielos y que no hay acepción de personas ante Dios[15].
Un paraíso terrenal
Todas las cuales cosas, si se guardasen con todo cuidado,
según el beneplácito de la voluntad divina, por todos aquellos a quienes tocan,
seguramente cada familia representaría la imagen del cielo, y los preclaros
beneficios que de aquí se seguirían, no estarían encerrados entre las paredes
domésticas, sino que emanarían abundantemente a las mismas repúblicas.
IV. Sobre la
propiedad
8. La doctrina
católica y la tranquilidad de las Repúblicas.
El derecho de propiedad
La prudencia católica bien apoyada sobre los preceptos de
la ley divina y natural, provee con singular acierto a la tranquilidad pública
y doméstica por las ideas que adopta y enseña respecto al derecho de propiedad
y a la división de los bienes necesarios o útiles en la vida. Porque mientras
los socialistas, presentando el derecho de propiedad como invención humana
contraria a la igualdad natural entre los hombres; mientras, proclamando la
comunidad de bienes, declaran que no puede conllevarse con paciencia la
pobreza, y que impunemente se puede violar la posesión y derechos de los ricos,
la Iglesia reconoce mucho más sabia y útilmente que la desigualdad existe entre
los hombres, naturalmente desemejantes por las fuerzas del cuerpo y del
espíritu, y que esta desigualdad existe también en la posesión de los bienes;
por lo cual manda, además, que el derecho de propiedad y de dominio, procedente
de la naturaleza misma, se mantenga intacto e inviolado en las manos de quien
lo posee, porque sabe que el robo y la rapiña han sido
condenados en la ley natural por Dios, autor y guardián de todo derecho; hasta tal punto, que no es
lícito ni aun desear los bienes ajenos, y que los ladrones, lo mismo que los
adúlteros y los adoradores de los ídolos, están excluidos del reino de los
cielos.[16]
Preocupación por
los necesitados. - Cuestión social
No por eso, sin embargo, olvida la causa de los pobres, ni
sucede que la piadosa Madre descuide el proveer a las necesidades de éstos,
sino que, por lo contrario, los estrecha en su seno con maternal afecto, y,
teniendo en cuenta que representa a la persona de Cristo, el cual recibe como
hecho a sí mismo el beneficio hecho por cualquiera al último de los pobres, les
honra grandemente y les alivia por todos los medios, levanta por todas partes
casas y hospicios, donde son recogidos, alimentados y cuidados; asilos, que
toma bajo su tutela.
Obliga a los ricos con el grave precepto de que den lo
superfluo a los pobres, y les amenaza con el juicio divino, que les condenará a
eterno suplicio, si no alivian las necesidades de los indigentes. Ella, en fin,
eleva y consuela el espíritu de los pobres, ora proponiéndoles el ejemplo de
Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros[17], ora recordándoles
las palabras con que los declaró bienaventurados, prometiéndoles la eterna
felicidad.
Los males que nacen
de allí
¿Quién no ve cómo aquí está el mejor medio de arreglar el
antiguo conflicto surgido entre los pobres y los ricos? Porque, como lo
demuestra la evidencia de las cosas y de los hechos, si este medio es
desconocido o relegado, sucede forzosamente que, o se verá reducida la mayor
parte del género humano a la vil condición de esclavos, como en otro tiempo
sucedió entre los paganos, o la sociedad humana se verá envuelta por continuas
agitaciones, devorada por rapiñas y asesinatos, como deploramos haber
acontecido en tiempos muy cercanos.
C) EXHORTACIÓN
al pueblo y
autoridades, a los Obispos y a los obreros
9. Exhorta a
pueblos y autoridades
Por lo cual, Venerables Hermanos, Nos, a quien actualmente
está confiado el gobierno de toda la Iglesia, así como desde el principio de
Nuestro pontificado mostramos a los pueblos y a los príncipes, combatidos por
fiera tempestad, el puerto donde pudieran refugiarse con seguridad; así ahora,
conmovidos por el extremo peligro que les amenaza, de nuevo les dirigimos la
apostólica voz, y en nombre de su propia salvación y de la del Estado les
rogamos con la mayor instancia que acojan y escuchen como Maestra a la Iglesia,
a la que se debe la pública prosperidad de las naciones, y se persuadan de que
las bases de la Religión y del imperio se hallan tan estrechamente unidas, que
cuanto pierde aquella, otro tanto se disminuye el respeto de los súbditos a la
majestad del mando, y que conociendo, además, que la Iglesia de Cristo posee
más medios para combatir la peste del socialismo que todas las leyes humanas,
las órdenes de los magistrados y las armas de los soldados, devuelvan a la
Iglesia su condición y libertad, para que pueda eficazmente desplegar su
benéfico influjo en favor de la sociedad humana.[18]
Exhortación a los
Obispos - La doctrina, la niñez, los obreros
Y vosotros, Venerables Hermanos, que conocéis bien el
origen y la naturaleza de tan inminente desventura, poned todas vuestras
fuerzas para que la doctrina católica llegue al ánimo de todos y penetre en su
fondo.
Procurad que desde la misma infancia se habitúen a amar a
Dios con filial ternura, reverenciando a su Majestad; que presten obediencia a
la autoridad de los príncipes y de las leyes; que refrenada la concupiscencia,
acaten y defiendan con solicitud el orden establecido por Dios en la sociedad
civil y en la doméstica.
Poned, además, sumo cuidado en que los hijos de la Iglesia
católica no den su nombre ni hagan favor ninguno a la detestable secta; antes
al contrario, con egregias acciones y con actitud siempre digna y laudable
hagan comprender cuán próspera y feliz sería la sociedad si en todas sus clases
resplandecieran las obras virtuosas y santas.[19]
Gremios cristianos
Por último, así como los secuaces del socialismo se
reclutan principalmente entre los proletarios y los obreros, los cuales,
cobrando horror al trabajo, se dejan fácilmente arrastrar por el cebo de la
esperanza y de las promesas de los bienes ajenos, así es oportuno favorecer las
asociaciones de artesanos y obreros que, colocados bajo la tutela de la
Religión, se habitúen a contentarse con su suerte, a soportar meritoriamente
los trabajos y a llevar siempre una vida apacible y tranquila.
EPÍLOGO
10. Poner la
confianza en Dios
Dios piadoso, a quien debemos referir el principio y el fin
de todo bien, secunde Nuestras empresas y las vuestras. Por lo demás, la misma
solemnidad de estos días, en los que se celebra el nacimiento del Señor, Nos
eleva a la esperanza de oportunísimo auxilio, pues Nos hace esperar aquella
saludable restauración que al nacer trajo para el mundo corrompido y casi
conducido al abismo por todos los males, y nos prometió también a nosotros
aquella paz que entonces, por medio de los ángeles, hizo anunciar para los
hombres. Ni la mano del Señor está abreviada de suerte que no pueda salvar, ni
sus oídos se han cerrado de tal modo que no puedan oír[20].
Por lo tanto en estos días de tanta alegría, y al
desearos, Venerables Hermanos, a vosotros y a los fieles todos de vuestra
Iglesia, toda clase de prosperidades, con instancia rogamos al Dador de todo
bien que de nuevo aparezcan a los hombres la benignidad y dulzura de Dios,
Nuestro Salvador[21], que, sacándonos de la potestad de nuestro implacable enemigo, nos elevó
a la nobilísima dignidad de Hijos suyos.
Y para que Nuestros deseos se cumplan perfecta y
rápidamente, elevad vosotros también, Venerables Hermanos, con Nos, fervorosas
oraciones al Señor, y junto a Él interponed el patrocinio de la bienaventurada
Virgen María, Inmaculada desde el principio; de su esposo San José y de los
bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, en cuya intercesión ponemos Nos la
máxima confianza. Y entre tanto, como prenda de la divina gracia, y con todo el
afecto del corazón, a vosotros, Venerables Hermanos; a vuestro Clero y a todos
vuestros pueblos, concedemos en el Señor la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, a 28 de diciembre de 1878,
año primero de Nuestro Pontificado.
LEÓN PAPA XIII
NOTAS
(1) Is. 58, 1.
(2) Iud. epist. v. 8.
(3) 1 Tim. 6, 10.
(4) 1 Tim. 3, 15.
(5) 2 Cor. 6, 14.
(6) Eph. 3, 15.
(7) Rom. 13, 1-7.
(8) 1 Cor. 12, 27.
(9) Sap. 6, 3
ss.
(10) Act. 5, 29.
(11) Hebr. 13, 4.
(12) Eph. 5, 23.
(13) Ibid. 6, 1-2.
(14) Ibid. 6, 4.
(15) Ibid. 6, 5-7.
(16) I Corint. 6, 10.
(17) 2 Cor. 8, 9.
(18) Estos pensamientos aparecerán más tarde en Clara saepenumero, Carta
de León XIII al Cardenal Gibbons, arzobispo de Baltimore, 31/5/1893.
(19) León XIII, en su Carta Saepenumero Pontificatus, 5/8/1898, dirigida
a los obispos, clero y pueblo de Italia volverá sobre este punto.
(20) Is. 59, 1.
(21) Tit. 3, 4.